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¿Dónde está mi hijo?

La última vez que Rocío Huerta vio a su hijo Erick, él se encontraba de salida hacia su primer día de trabajo. Rocío lo despidió con un beso y un abrazo. Desde ese día, el 15 de enero de 2012, Rocío no ha vuelto a ver a su hijo.

Si le preguntan a su madre que describa a su hijo Erick, ella dirá que antes de ser desaparecido, era un joven estudiante de 16 años, tez morena, de complexión delgada, cabello negro, 1.70 metros de estatura; con excelentes calificaciones, deportista, partícipe en eventos de la iglesia cristiana. También dirá que su hijo trabajaba de animador, hijo ejemplar, amoroso, con toda una vida por delante, una persona que iba dejando huella en cada persona que lo conocía y con unas ganas inmensas de superarse en la vida.

Erick desapareció junto con tres compañeros de trabajo al salir de su jornada laboral como animador de eventos en el municipio de San Pedro. Se dirigían hacia Torreón, a 80 kilómetros de distancia, cuando se percataron que una camioneta los estaba siguiendo. Uno de sus compañeros tomó el teléfono y llamó al gerente de la compañía para informarle lo que estaba sucediendo.

-Señor nos viene siguiendo una camioneta, nos están haciendo cambios de luces, cada vez se pegan más y vienen armados, por favor venga a ayudarnos –alertó uno de los compañeros.

-De seguro solo quieren dinero o la camioneta, ustedes párense para ver qué quieren -les contestó.

Esa fue la última llamada que recibió el gerente de la compañía que animaba eventos. Después de varios minutos sin recibir respuesta, decidió ir en busca de sus trabajadores. Se dirigió a una comandancia cercana a poner la denuncia.

– Aquí no vamos a hacer nada, vaya mejor a San Pedro –le dijeron en la comandancia los policías.

La policía le hizo un reporte de hechos pero no movió nada. Después el gerente se fue a buscar a los jóvenes, con la esperanza de que sólo les hubieran quitado la camioneta y abandonado a la orilla de la carretera.

Horas después, en uno de los caminos vecinales, el gerente miró la camioneta que no era tripulada por los trabajadores, incluyendo Erick. La camioneta era custodiada por varios autos.

Decidió seguirlos cuidando que no lo descubrieran, pero al ver que notaron su presencia, decidió retirarse e ir a contar lo ocurrido a los padres y familiares de los desaparecidos.

La señora Rocío Huerta recuerda que cuando estaban reunidos los padres de familia, uno de ellos quiso golpear al gerente y le gritaba agresivo:

– ¿Por qué te atreviste a mandar a mi hijo a ese lugar? Ya lo habían robado, golpeado y además amenazado. Yo le dije que no quería volver a verlo por ahí, o algo le iba a suceder.

Los otros padres de familia se indignaron y empezaron a reclamar por qué no se les había informado de ese percance.

No volvieron

Esa noche Rocío no pudo conciliar el sueño, sentía un dolor inmenso y una angustia le invadía como un virus.

Al día siguiente muy temprano, los familiares se organizaron y dividieron las tareas: ir a buscarlos, avisar a la policía, hacer el reporte al 086, ir a la Secretaria de la Defensa Nacional (SEDENA), buscarlos en hospitales. En ningún lugar obtuvieron resultados. Decidieron interponer una denuncia.

Así pasó una semana, hasta que el padre de uno, maestro de profesión, recibió una llamada de los presuntos secuestradores, especificándole los pasos que tenía que seguir para volver a ver a su hijo y a los demás con vida. “Nos pidieron todo el dinero que pudiéramos recaudar”, relata Rocío.

-Tienes que venir solo, no dar parte a la policía, el dinero tiene que estar antes de las 12 del día, en la comunidad de El Coyote, Matamoros. Tenemos toda la carretera bien vigilada –les aseveraron.

El profesor contó a las familias lo que había sucedido. Mientras narraba la llamada, la madre de Erick sintió una losa de impotencia y frustración de imaginarse la avalancha de amenazas y groserías que recibía su hijo y sus compañeros.

“Vamos a regresarlos destazados”, amenazaron al profesor.

Del otro lado del auricular, el hasta entonces secuestrador, le recitó la dirección donde vivía, el nombre de su esposa, de sus otros hijos.

– ¡Por favor regrésenme a mi hijo! –les suplicaba.

– ¡Tú a nosotros no nos das órdenes! –le contestó furioso el secuestrador.

– Queremos dinero para mantenerlos con vida, nos los vamos a quedar, chavos limpios, inteligentes y estudiantes, son buenas bestias.

Pese a las amenazas e injurias, esa llamada dio a Rocío un halo de esperanza. Pensaba que juntando el dinero podría tener de vuelta a su hijo.

Rocío no tenía un empleo estable pero nada le impediría juntar el dinero. Muchos de los familiares tuvieron que empezar a pedir prestado, empeñar o vender objetos personales.

Rocío pidió ayuda a una vecina, a la cual quiere como si fuera su hermana. Ella le dio 10 mil pesos que tenía ahorrados debajo de un colchón. Los vecinos y amigos de Erick cooperaron para que pudiera juntar más dinero.

Todos lloraban y rezaban. El profesor que había recibido la llamada sería el responsable de ir al ejido Coyote. “No sé si voy a regresar, pero sería cobarde de mi parte no ir”, les dijo a las demás familias.

El profesor no supo ni cómo llegó al lugar. El miedo y la angustia lo nublaron. De pronto aparecieron unos sujetos.

-No nos veas a la cara –le ordenaron.

El señor se arrodilló y suplicó:

-Regresen a mi hijo.

-En una semana los soltamos –dijeron altaneros.

Rocío recuerda que corrieron varias horas, hasta que el profesor apareció cerca de las 7 de la noche. A Rocío le colgaba la ilusión en los ojos porque creía que sí soltarían a los muchachos, a su hijo Erick.

Pasó una semana y no tuvieron noticia, la desesperación les carcomía. Los familiares empezaron a buscar en colonias peligrosas haciéndose pasar por compradores de droga, sin ningún éxito. En esa búsqueda, Rocío se topó con drogas, personas asesinadas tendidas en las calles, balaceras. Eran los tiempos violentos en la Comarca Lagunera. En 2012, el año que desapareció Erick, hay registro de 150 personas desaparecidas en Coahuila, según datos del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED).

“Por pasar tanto tiempo bajo el sol, sin comer y sin dormir, mi salud se fue deteriorando y descuidé a mis hijos. Dios es mi consuelo, pero aun así sigue siendo difícil, sin embargo, me da fuerza para tratar de seguir adelante. Llegó un momento en que sentía que ya no podía más, me detectaron indicios de cáncer y una de mis hijas de 14 años, le dio una gran depresión, los psicólogos afirmaban que era por la desaparición de su hermano. En un momento llegué a quedarme sin voz, una amiga era mi mayor terapeuta”, platica Rocío.

Sin pista

Tiempo después, Rocío se unió al Grupo Vida, organismo que tiene decenas de familias que, como Rocío, tienen un ser querido desaparecido.

“Encontré personas las cuales sufren la misma situación que yo; entre todos nos brindamos mucho apoyo y fuerza. Es difícil ver cómo la sociedad juzga a los desaparecidos, catalogándolos como criminales en vez de como víctimas, no se dan cuenta que detrás de ellos hay una gran ola de violencia, mucho dolor, sueños rotos y familias destrozadas, comenta Rocío.

Un mes y medio después, uno de los jóvenes desaparecidos llamado José, le habló por teléfono a su esposa en la madrugada.

– Ya no me busques, por favor cuida mucho a la niña –fue lo único que alcanzó a decir.

Después de la llamada los familiares fueron a Telcel para pedir que rastrearan la llamada; sin embargo, la encargada les puso un alto:

-La llamada sí fue realizada, pero como los grupos del crimen organizado son muy inteligentes y precavidos, es muy raro que se les pueda localizar.

Nada se hizo. Ni Telcel ni el gobierno. Nadie.

¿Dónde está?

Sobre el actuar de la policía y las autoridades de gobierno, Rocío cuenta que les han prometido muchas cosas, pero pocas les han cumplido.

Hasta el día de hoy, Rocío acude a juntas donde las autoridades le proporcionan avances de la investigación mediante una ficha informativa y discuten lo que han hecho para darle seguimiento al caso. Es poco el avance.

Rocío piensa que todo lo que le está pasando es una pesadilla y que en cualquier momento se va a despertar. Sin embargo, después se da cuenta que la pesadilla es real y que cada día tiene que luchar por salir adelante.

En muchas ocasiones, las personas de Grupo Vida van a lugares donde el riesgo es latente: venden drogas o hay casas de seguridad, por ejemplo. Rocío debido a su estado de salud, ya no puede asistir. Trata de mantenerse informada de todo.

En esas expediciones, Grupo Vida realiza búsquedas propias de cementerios clandestinos, fosas clandestinas, recolectan fragmentos óseos que encuentran, recogen indicios de una masacre como esposas o cartuchos percutidos o tambos agujerados donde supuestamente cocinaban a las víctimas.

Actualmente, Rocío sigue en contacto con 2 familias de los jóvenes que desaparecieron, quienes también se unieron a Grupo Vida. Ella continúa con la esperanza de que algún día su hijo se escape, lo liberen, o lo puedan encontrar. Por lo pronto seguirá preguntándose: ¿Dónde está mi hijo?

Epílogo

Hace 2 años en el Cereso de Durango, encontraron a un preso que tenía información acerca de Erick, pero él no quiso hablar al respecto. Así que un ayudante de los policías lo amenazó diciendo que si no hablaba, lo iban a cambiar de cárcel, a donde estaba el bando contrario. Lo único que el preso dijo fue: “Erick sigue vivo, pero nunca lo van a encontrar”.